«¿Cómo puede ser eso?»

«¡Es imposible!»

«Nadie quiere sentirse mal»

«Yo lo único que quiero es ser feliz»

«Intento evitar a toda costa estar mal»

«Sentirse mal significa ser vulnerable y débil»

«Al mal tiempo buena cara»

Vivimos en tiempos en los que es intolerable e inadmisible sentir tristeza, rabia o miedo.  Lo que queremos y buscamos es un estado de constante felicidad y bienestar; los medios de comunicación nos inundan con mensajes acerca de la búsqueda de la felicidad y la perfección, y en los senos de las familias se intenta evitar el malestar y sufrimiento de los hijos casi a cualquier precio. Esta sobreprotección de los padres hacia los hijos dificulta en los niños un aprendizaje de las emociones adecuado así como el entrenamiento de una buena inteligencia emocional.

¿Por qué sucede esto?

Si partimos de la base de que todas las emociones son algo universal y natural, ya que nuestro cerebro es el encargado de crearlas y manifestarlas, al intentar no sentir las emociones desagradables sólo estaremos intentando bloquear un proceso natural de nuestro cerebro que también nos ayuda a sobrevivir. Y esto puede pasar factura de muchas maneras.

A grandes rasgos, las estructuras cerebrales implicadas en la creación y gestión de las emociones son algunas de las estructuras más profundas y arcaicas de nuestro cerebro. Y si llevan ahí tanto tiempo y nos han ayudado a sobrevivir como especie, ¿por qué ponemos tanto empeño en erradicarlas?

Vamos a pararnos aquí y comentar sobre la utilidad de las emociones “negativas”, a ver si podemos hacer las paces con ellas.

El miedo es una emoción con la que no nos solemos llevar bien. Nos desagrada la sensación física que nos evoca e intentamos escapar de él. Pero si nos paramos a analizar para qué sirve, el miedo nos permite huir de situaciones que puedan ser potencialmente dañinas para nosotros. Si por ejemplo, vamos conduciendo por una carretera peligrosa, el miedo nos pondrá en una situación de alerta que hará que pongamos más atención a la carretera y a la conducción para no tener un accidente. Si no sintiéramos miedo, probablemente seguiríamos conduciendo de la misma manera en que lo hacemos en carreteras amplias y seguras. Si por ejemplo, alguien se nos acerca de noche en una calle solitaria y nos intenta atracar, el miedo nos pondrá en alerta, se tensarán nuestros músculos y se prepararán para poder huir de la situación de riesgo. ¿Qué pasaría si no sintiéramos miedo? Pues que, paradójicamente, estaríamos más desprotegidos.

La rabia aparece cuando sentimos que nuestra integridad física o mental pueda verse dañada. Esta emoción nos prepara para algo importante, poner límites. La rabia también nos permite liberar energía. Si por ejemplo, tenemos un compañero de trabajo que nos denigra e intenta ponernos en ridículo con frecuencia, sentir rabia puede prepararnos para hacer algo con esta situación, ya sea defendernos o buscar cualquier otro mecanismo de resolución del problema.

La tristeza es una emoción que nos permite hacer reflexión sobre nosotros mismos, la gente que nos rodea, el mundo… Nos da un tiempo para practicar el autoanálisis y el encuentro con uno mismo, además de ahorrar energía después de haber estado expuesto a mucho desgaste personal. A través de la tristeza podemos también encontrar el consuelo y el apoyo de los seres queridos. Es una oportunidad para aprender a pedir ayuda. Por ejemplo, en una situación de duelo, es importante poder sentirnos tristes ya que nos permitirá hacer un análisis sobre la pérdida a la que unos se enfrenta, la vida sin esa persona. Y así, podremos avanzar saludablemente en el proceso de duelo.

El asco es una emoción que se activa de manera automática cuando nuestro organismo se ve amenazado y algo nos desagrada. La función del asco es protegernos, por ejemplo, de la ingestión oral de sustancias que puedan ser peligrosas o dañinas para nosotros.

La vergüenza nos permite reconocer que hemos cometido un error, siendo este paso necesario para sentir arrepentimiento y aprender a gestionarnos mejor en próximas veces. Esta emoción puede ser reguladora de nuestra conducta, pues en ocasiones evitará que emitamos ciertas conductas.

¿Verdad que todas ellas son útiles y nos pueden proporcionar un gran aprendizaje?

La represión o negación de estas emociones por querer evitar sentirnos mal puede llevarnos a instalar en nuestra persona estrategias de afrontamiento disfuncionales y llevarnos a una gran carga de frustración e impotencia. En algunas personas también puede provocar cuadros psicosomáticos (puedes leer otros de nuestros post sobre la somatización).

Por eso, es importante aclarar que el camino al bienestar y a una buena salud mental pasa por conseguir una buena regulación emocional; que incluye, entre otras cosas, reconocer, validar y gestionar adecuadamente la presencia de las emociones desagradables.

Una buena regulación emocional se aprende, pero hay que tener en cuenta que hay que darse tiempo y ser paciente en el cambio.