Es bastante probable que conozcas a alguien con mala suerte en sus relaciones de pareja. Se sucede una pareja tras otra y se repiten los mismos problemas (celos, inseguridad, discusiones, control, dominio, sumisión, falta de afecto expresado, guerras de poder…)Nos preguntamos, ¿pero cómo es posible que me pase otra vez lo mismo? ¿Qué hago mal? ¿Por qué elijo así? Tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Pero hasta donde sabemos, las piedras no se mueven, no se cruzan en nuestro camino. Están ahí, inmóviles, y nosotros tropezamos con ellas…

Hablo por tanto de que no es una cuestión del destino, sino una elección que hacemos de manera más o menos consciente. Y esta elección tiene unas raíces profundas.

Adentrémonos pues en las profundidades.

Nuestra manera de querer no nace de la nada, sino que se forja desde nuestros primeros minutos de vida. Según los teóricos del apego, la calidad y la elección misma de nuestras relaciones interpersonales dependerán de cómo haya sido el primer vínculo con nuestras figuras de apego, que son nuestros padres o cuidadores principales.

Apego: El apego es el vínculo emocional que desarrolla un niño con sus padres o cuidadores y que le proporciona la seguridad emocional necesaria para un correcto desarrollo personal.

Según sea nuestro estilo de apego aprenderemos a confiar o desconfiar de los demás, a buscar la intimidad o a evitarla, a cuidar y a ser cuidados, a querer y a ser queridos. Esto podrá verse en general en todas nuestras relaciones sociales, pero se hará más patente en las relaciones de pareja.

El apego es por tanto el primer vínculo afectivo y base para todos los que creemos en nuestra vida. La teoría del apego (John Bowlby) describe las relaciones entre los seres humanos, siendo su base la idea de que un bebé recién nacido necesita tener al menos una relación con un cuidador principal para que su evolución  tanto  social como emocional sea normal.

Os recomendamos un clásico de lectura obligada en psicología: “El primer año de vida del niño” de René A. Spitz.

Las figuras de apego son fundamentales para nuestros procesos de socialización y para cubrir nuestras necesidades más humanas: de afecto, de cuidado, de aceptación. Es decir, nos hacen sentir seguros. Estas necesidades son tan importantes como los cuidados físicos que necesita un bebé. Si estas capacidades son cubiertas satisfactoriamente para el niño, tendremos la capacidad de establecer nuevos vínculos, nuevas relaciones interpersonales saludables y positivas.

En función del tipo de apego que se establezca hablaremos de cuatro tipos de apego fundamentales:

Apego seguro

Es el tipo de apego más saludable ya que los niños aprenden que son cuidados y queridos, que son valorados y que al menos una de sus figuras de apego está siempre disponible para cubrir sus necesidades. Ante las demandas de los niños, los cuidadores responderán con prontitud y accesibilidad, y esto hará al niño sentirse seguro y valorado.

Por tanto, estos niños con apego seguro serán adultos que se relacionen de manera saludable pues se sienten bien consigo mismo, y no buscarán a toda costa a alguien que llene sus necesidades no cubiertas. Son personas que saben autorregularse emocionalmente, que eligen parejas de una manera sana y que, por lo general, también saben vivir solos sin pareja. No buscan medias naranjas ni completarse a través del otro. Son naranjas completas.

Las personas con un estilo de apego seguro suelen tener una autoestima positiva y más estabilidad emocional en comparación a otros estilos de apego.

Apego Evitativo

Serán aquellos niños que sientan que no pueden contar con sus cuidadores siempre. Este será un vínculo basado en la falta de interacción del adulto con el niño o en una interacción fría y distante, rechazo emocional y la falta de respuesta ante las demandas del niño.

Por tanto, los niños no se sentirán queridos ni valorados. Estas personas tenderán a mostrar conductas de evitación y cierto nivel de hostilidad, aprenden a no expresar ni entender las emociones de los demás y evitan el contacto emocional que es una gran fuente de frustración para ellos.

Serán adultos que rechacen la intimidad, distantes, irritables y algo solitarios. Tendrán además una alta tasa de interacciones negativas con otras adultos. Serán personas poco accesibles, que se muestren muy autónomas pero que realmente están acorazadas para evitar sufrir emocionalmente.

En general, les es más difícil ser autónomos y sufren de elevados niveles de ansiedad. Son personas inseguras y necesitadas de los demás, en especial de una pareja. Les suele costar estar solas. Son las medias naranjas, que se representan muy bien con la frase que le dice Jerry Maguire a su pareja en la película que lleva el mismo nombre: “Tú me completas”.

Apego ansioso-ambivalente

Estos niños establecen un patrón de inseguridad en la relación con sus figuras de apego. El problema es que no sienten esta relación como incondicional y responsiva a las necesidades que muestra el niño. Se muestran dudosos ante el afecto de los padres y muestran un gran miedo al abandono de los mismos. Las causas que generan este tipo de apego pueden ser muy diversas: cuidadores incoherentes e inaccesibles, usar el chantaje emocional como herramienta psicoeducativa, una mala relación entre los padres, etc.

Serán adultos anclados al miedo al abandono, necesitados de la aprobación constante del otro y de muestras de afecto constante para reducir su malestar, personas que no toleren las separaciones pues casi siempre serán vistas como abandono.

Pueden pensar que las relaciones de pareja dan problemas, así que las evitan. Y si llegan a tener una relación, tienden a controlar y reprimir sus emociones, tanto positivas como negativas, para evitar mostrarse y mirar al otro.

Apego desorganizado

Es el peor de los casos cuando hablamos de relaciones de apego. Este tipo de apego puede ser de tipo abusivo o muy negligente. El cuidador no ofrece seguridad alguna al niño, generando en este una sensación de absoluta inseguridad y miedo.

El apego deorganizado correlaciona positivamente con algunos trastornos mentales graves como por ejemplo, los trastornos disociativos o algunos trastornos de personalidad.

De adultos pueden tener relaciones interpersonales de maltrato o abuso psíquico y/o físico.

 

Por tanto, nuestras elecciones de pareja no son fruto del azar o el destino, sino que cuando elegimos los hacemos desde nuestra propia experiencia, con nuestras fortalezas y defectos. En cualquier caso, el tipo de apego que hayamos creado con cada una de nuestras figuras de apego condicionará nuestra elección, pero nunca la determinará. Somos libres de elegir, debemos ser libres para elegir. Para ello, antes de nada, debemos saber quiénes somos y de dónde venimos, que llevamos en nuestra mochila y que nos falta. Así haremos plenamente consciente nuestra elección.

La psicoterapia es una gran herramienta de autoconocimiento. Así que si sientes que repites siempre las mismas relaciones de pareja sin éxito o tus elecciones denotan un patrón insano, te animamos a que busques ayuda.

Te esperamos en nuestra clínica de psicología de Madrid.